sábado, 20 de junio de 2009

Las Grutas

“Barcos” Electrografía digital de Luis Makianich, Buenos Aires, 1999

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Cuando la aniquilación final se produjo lo primero que le vino a la mente fue hacerse a la mar. En ese momento Jonás pensó que su vida no cambiaría demasiado, puesto que desde que perdió a su familia se había vuelto un ermitaño y de hecho estuvo viviendo en esa vieja embarcación por casi seis años. ¿Qué tan lejos debía navegar para alejarse de ese terrible recuerdo? Desde que descubrió que es inmune decidió abandonarse tanto física como mentalmente al libre albedrío de Quien lo ha puesto en ese padecimiento. El estado de su navío también deja mucho que desear y él jamás ha realizado un viaje más allá del faro, pero esta vez el horizonte lo tienta con promesas de hostilidad, y eso es exactamente lo que su resentimiento necesita.

Con la tormenta incipiente Jonás se interna en el mar de su desesperanza con rumbo a la ideal soledad, la que le confiera el anticuerpo al virus de su memoria, que le otorgó su inextinguible desapego a la vida. Los nubarrones se confunden con la noche y la luna emerge victoriosa mofándose de su ironía. Él entiende que es otra broma del destino, que parece no presentarse aún, pero las cartas están echadas y no hay vuelta atrás. La calma marina invoca a Jonás a meditar sobre qué dirección tomar. La cuestión es… ¿en qué lugar de un mundo deshabitado se hará sentir menos la soledad? Una brisa orienta su cabello indicándole el curso a tomar. Súbitamente despliega las velas y pone proa al Sur. Su corazón late en el Golfo de San Matías, y lo puede oír desde ahí. “La costa Patagónica siempre estuvo en soledad”, pensó…”y no notaré la diferencia”.

Las imágenes de horror que vivió estos últimos años lo llevan a dormir de día y avanzar de noche, como lo ha estado haciendo desde entonces. Se acostumbró a desafiar la oscuridad por no alimentar sus ojos con esa visión de espanto que le imponen las mañanas, y se niega a repetir el horrible suceso en su mente cíclicamente hasta que lo vence el sueño. El ron ahora no es una solución ni un problema, puesto que ya no le queda más. Solo el suave ondular del bote meciéndose sobre la cuna del mar lo mantiene en paz consigo mismo. Gradualmente el rechinar del casco se acelera a medida que crece su oscilación, en contrapunto con los bajos sonidos de una incipiente tormenta. Jonás sube rápidamente a cubierta a replegar las velas y tomar el timón, como invitándola a pelear, pero luego recapacita y comprende que su destino ha llegado, y simplemente abandona el timón para subir a lo más alto del palo mayor a esperar que su suerte ponga fin a su eterna agonía. Como un gigante enfurecido el cielo se inclina a embestirlo y con las olas como brazos sacude la pequeña embarcación como a un niño malcriado, provocando que Jonás caiga sobre cubierta perdiendo el conocimiento. Al amainar la tormenta el velero virtualmente destruido aparece hincado entre otros pocos barcos en ruinas en el viejo puerto abandonado de La Bahía de San Antonio, con el cuerpo tendido boca abajo de Jonás en cubierta, aún desvanecido. Un corpulento cangrejo recorre su cuerpo hurgando entre las algas que afloran de su camisa para luego alejarse hacia la barandilla semi destruida de la embarcación, que le sirve de rampa de evacuación hacia el lecho arenoso de la bajamar.

Algunas horas después, Jonás siente un pinchazo en su espalda y abre los ojos. El sol del atardecer le da la bienvenida sacudiendo sus pestañas y frunciendo sus párpados, hasta abrirlos completamente. La sombra de la cabeza de un niño le cubre la cara, con lo que se incorpora rápidamente y protegiendo del sol sus ojos con la palma de una mano logra ver que son varios los chicos que lo rodean y estos se apartan asustados al ver su pronta reincorporación.

-“¡Hola!”(Dice Jonás como en un acto reflejo).

Los niños revolotean a su alrededor gimiendo y gesticulando su asombro sin pronunciar palabra alguna. El decide sentarse sobre un escalón de cubierta para no intimidar a sus descubridores debido a su altura, e intenta comunicarse con ellos nuevamente, con voz suave y gestos aplacadores.

-“Me llamo Jonás”, (intenta mirando al mayor de ellos, que es desgarbado de apenas unos diez años de edad.)

-“Jon aas…” (Repite el chico con dificultad para pronunciar y manifestando no comprender las mínimas reglas de educación).

-“Donde están sus mayores…” (Insiste con la esperanza de tener alguna respuesta racional, aunque no lo consigue). Luego revisa una a una las caras sucias de los chicos cuando súbitamente la embarcación se mueve en forma brusca provocada por el primer oleaje de la marea alta, haciendo tambalear a todos y motivando que los chicos huyan hacia todas partes gritando palabras sueltas de un idioma desconocido. Jonás se queda mirándolos correr con cierta nostalgia, quizás invocando algún recuerdo familiar de aquellos de la buena época, de los que ya casi había olvidado, en tanto que el resto de los barcos varados en las llanuras intermareales de la bahía, comienzan su danza de mástiles y reflejos alabando al Dios que inunda al puerto en pleamar hasta que el milagro del atardecer culmina su obertura al plácido segundo acto de la noche.

Luego de reacondicionar mínimamente los restos de su barco y su cuerpo, Jonás se recuesta en cubierta a contemplar la sinfonía de luz y color provocada por el banco de caracoles ubicados en el brazo este de la bahía, a contraluz de los mástiles de los barcos, ahora erguidos como la batuta del director de orquesta, ansioso de comenzar su ópera. Destellos de diez mil colores se filtran entre las grietas de la madera quemada proyectando sus velas fantasma, que alguna vez fueron viento. La cabeza de Jonás no deja de imaginar que fue de sus tripulantes, pero en un intento desesperado por olvidar pretende no interesarse. Aunque no lo deseaba, la música de color que emerge del fosforo de las caracolas, lo embriaga lo suficiente como para zambullirse y flotar por entre los cascos destruidos hasta ingresar en el camarín de uno de los veleros. La oscuridad del interior es matizada por el espectro de luz que se cuela por las gruesas fisuras del casco, como un humo fantasmal bajo el agua que revive lo acontecido antes de acaecer el desastre. Gran parte de lo que ocurrió, él puede reconstruirlo atando cabos con lo que tuvo que vivir en su tierra. Allá también se quemaron las naves entrantes hace poco más de un lustro con el único propósito de impedir la llegada de nuevas pestes, cuando el virus mutó en una inimaginable cantidad de variantes. Cada tanto emerge la cabeza para respirar y sus lagrimales permanecen ahogados en la angustia de recordar los gritos de los inmigrantes devorados por las llamas, aunque el agua salada pretenda ocultarlo. Su memoria no quiere hacerlo, pero su cuerpo sigue las directivas de su morbosa curiosidad y se dirige a otro barco en busca de alguna respuesta a sus contradicciones. ¿Por qué no había cuerpos ahogados, o incinerados como solía haber en Buenos Aires? ¿Quién los había sacado de ahí y con qué objeto? ¿Esos chicos están solos aquí…? Tal vez esa sea la respuesta a su falta de dicción y educación y tal vez por esa misma razón lucen tan desarrapados Su curiosidad pudo más y decidió volver a su barco y conseguir una linterna para buscar a los intrigantes niños, pero cuando aborda, descubre que el casco estaba dañado y hacia agua, con lo que no podría pasar la noche en él. Toma algunas cosas del camarote para hacer fuego, y una precaria tienda de campaña con el bote auto inflable y desembarca, dejando a su casa hundiéndose para siempre.

Con la linterna en la mano se dirige a pie hasta la playa buscando algún indicio de vida, pero sin alejarse de la orilla, puesto que no se atreve a internarse en un despoblado al que no le conoce su historia. Luego de una hora de caminata descubre Las Grutas de San Antonio Oeste, que se encuentran salvando el risco entre las playas y la villa. Jonás está cansado para volver por su tienda y siente que las grutas es un buen lugar para pasar la noche y decide internarse en busca de cobijo, hasta que la luz del día le permita seguir con su búsqueda.

El resplandor del banco de caracoles ilumina la entrada de la gruta principal, por lo que Jonás decide apagar la linterna en son de ahorrar el consumo de baterías e internarse en ella guiado por el reflejo considerando que solo necesita penetrar un poco para protegerse de la noche. Tan sólo consigue conciliar el sueño por un par de horas debido a que es su costumbre dormir durante el día y la razón de su cansancio fue el desafortunado viaje hasta encallar en la bahía. Pero tampoco lo deja dormir su curiosidad, así que sale de la cueva para procurarse una antorcha que arma con algo de hierba y unas ramas secas que encuentra en la boca de las grutas. Así empieza su expedición internándose al abrigo de las llamas que dibujan su ansiedad en las paredes rocosas. Apenas camina un par de minutos a paso adormecido, cuando encuentra un sector del túnel que fue aparentemente sellado con rocas sueltas y algo de argamasa. Intenta mover algunas piedras para abrir un hueco, cuando siente un rugido desde el interior que lo asusta y hace que resbale entre las rocas. Desde el piso logra ver algunas fisuras en el techo de la caverna que dejan entrar la tenue luz del cielo, por lo que decide volver de día y probar de nuevo en la claridad.

Jonás vuelve a la entrada de la gruta para acostarse y dormir, considerando que en la mañana deberá buscar a los niños así como averiguar que misterio encierra la cueva tapiada. Se pregunta si habría otros sobrevivientes adultos, aunque sospecha que no, por la apariencia cuasi animal de los chicos que ha conocido esa tarde y cómo han sobrevivido si seguramente tenían tres o cuatro años cuando la humanidad se extinguió. Pero lo que más le preocupa, es comprender qué sentido tiene su propia vida en un mundo acabado para el ser humano.

El amanecer describe a la bahía como una hermosa mujer desnuda en su piel de arena, donde debiera haber agua. Jonás despierta asombrado por la ausencia de la masa acuática desde el desértico horizonte hasta la boca de las grutas, donde él se encuentra y se incorpora atónito ante tan mágica escena. Da unos pasos por la inmensa playa hasta tomar conciencia de que no es un sueño y que el mar, sencillamente se fue, dejando a San Antonio aislado en arena del mundo acuático. Repentinamente empieza a formarse como un espejismo, en el horizonte de arena una gran ola de pájaros migratorios que avanzan en forma amenazante hacia la costa desértica donde se encuentra Jonás. El cielo se oscurece como con una nube formada por miles de alas agitándose al unísono en tanto que la arena de la bahía cambia su color gradualmente desde el horizonte dorado a la azul gloria de la pleamar, terminando en la orilla con un hermoso ribete de encaje espumoso. El mar ha vuelto.

Ya en la playa, las gaviotas revolotean confundidas en múltiples direcciones hasta encontrar el rumbo hacia la gruta mayor, que consiste en dos cavernas de grandes dimensiones que se comunican entre sí en el interior del acantilado. Jonás decide seguirlas para ver el particular accidente geográfico con luz diurna cuando descubre un centenar de cadáveres humanos destrozados por aves y animales que se zambullen en un banquete de ensueño y glamur. Al ver esto intenta vomitar lo que no ha comido, debido al ajetreado día anterior y se arroja al suelo tomándose el estómago con ambas manos. Al ponerse de pie, se apoya en una de las paredes rocosas de la gruta y observa casi con sadismo un grupo de perros salvajes destrozando lo que queda de una osamenta cuando uno de ellos lo mira amenazante y empieza a gruñirle, al tiempo que se le suma el resto de la jauría. Por un instante, Jonás piensa en escapar hacia la playa, pero recapacita y comprende que en el llano sería presa fácil de las fieras, y decide escalar las paredes de la gruta, pensando que así no lograrían alcanzarlo, pero uno de ellos consigue hacerlo y muerde su pié ferozmente haciendo que sangre mucho, cuando Jonás alcanza a tomar una piedra suelta de uno de los escalones del muro y golpea al perro en la cabeza, haciéndolo desbarrancarse. El resto de los animales continúa gruñendo desde abajo, pero el incidente logra desalentarlos y pronto abandonan la cacería cuando empiezan a competir por las presas del compañero herido. Jonás completa el ascenso y desde la cumbre puede ver otra jauría de perros viejos recostada en la hierba, cuidando al pequeño grupo de niños de ambos sexos en torno a una fogata, que juegan alegres a estar vivos.

Jonás permanece oculto entre las rocas contemplando la escena por varias horas, tratando de comprender cuál será el destino de este nuevo orden de vida, en convivencia con la naturaleza y habiendo perdido toda ganancia intelectual y cultural lograda a través de los tiempos, donde el hombre fue el rey de la creación. A través de los gestos de los chicos y la mirada de los viejos animales, pudo asimilar que estos últimos, que fueron en otro tiempo las mascotas familiares, se constituyeron en guardianes de la salud de los niños cuando la humanidad concluyó su ciclo para luego convertirse en sus criadores.

Hay un solo elemento que lo desconcierta, y que constituye quizás lo que marcó la diferencia entre el hombre y el resto de la naturaleza… El fuego. Aquel que los protege, que los abriga y purifica lo que ingieren.

Pronto se percata de que la próxima bajamar está por comenzar y se escabulle por la playa hasta su barco, para poder rescatar algunas cosas del compartimiento hasta ahora sumergido y el bote inflable que le permitirá volver a su último mundo conocido, el que él mismo se había fabricado con algunos recuerdos y un vaso con ron.

Su pie herido le impide caminar normalmente por lo que se demora un poco más de lo esperado en llegar al barco hundido en la arena, y para cuando llega descubre a los chicos incendiándolo en un ruidoso juego macabro de salvación. Jonás se desespera y corre a los saltos sobre su pie sano, gritándoles obscenidades a los malcriados niños, cuando tropieza y cae a sus pies, en un ataque de pánico y estupor. Desde el suelo de arena, contempla la mirada ingenua de esos pobres animalitos, que lo rodean lentamente y se pregunta cuál sería la razón por la que él habría sido elegido para sobrevivir en este mundo salvaje… En ese momento lo pudo ver por el cambio en los ojos de los cachorritos y fundamentalmente en sus afilados dientes, cuando uno de ellos le arroja alcohol de quemar sobre su ropa y una antorcha encendida le cuenta la historia que se escribirá.

viernes, 19 de junio de 2009

Invasión

Langostino sin cabeza trepando por cortina americana

Oleo sobre tela, 60cm x 90cm. Luis Makianich, 1983

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La repentina ausencia de sonido lo inquietó, motivando que se acercara a la ventana para ver qué sucede. Tímidamente abre con sus dedos dos bandas de la cortina horizontal y un ardiente cielo se proyecta en su cara e inunda la habitación con una trama de bandas negras y rojizas. No puede evitar el horror apoderándose de su rostro cuando aquellas personas se funden en una masa gaseosa que los convierte en otra cosa. Súbitamente aquellos anuncios apocalípticos que había visto pocos días atrás se apoderan de su mente y toma conciencia que el mundo como lo habíamos concebido ya no iba a ser igual. Una lluvia espesa cambia la fisonomía de la calle hasta que el aire torna en agua dejando por fin todo sumergido. El siente que su cuerpo empieza a acomodarse a los nuevos requerimientos de su hábitat. La metamorfosis ha comenzado y nosotros ya no seremos humanos.


Identidad

“Camaleón”, oleo sobre tela, 5’x4’, por Luis Makianich.

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Alicia estuvo sumergida en la pantalla de su computadora desde hace varias horas. Siente que sus ojos le arden pero aún así no quiere desconectarse del absorbente aparato. Acaricia las teclas con suavidad como buscando la tranquilidad que no puede tener desde que sucedió aquello. Su cara se ilumina con luces de diferentes colores en la oscuridad del ambiente y su cuerpo ligeramente vestido se transforma mimetizándose conforme la pantalla arroja sus distintas opciones. Ella teme volver a su realidad fuera del aparato, la que no quiere enfrentar por miedo a descubrir su verdadero yo. Desde que su cuerpo cambió, piensa que otra joven se encuentra en su interior, pero por el contrario, sabe que dentro de su cuerpo diferente es la misma persona. Por esa misma razón ahora se encuentra buscando contenidos en el mundo virtual, que la ayudarán a comprender por qué siendo ella misma se ve como una mujer totalmente diferente. Busca al principio en el mundo animal, primero en los reptiles, hasta entender la razón de su cambio de piel, pero ese no es su caso, puesto que todo su cuerpo es otro, luego se aboca a estudiar al gusano de seda y su metamorfosis, pero tampoco puede verificar en esto lo que le sucedió a su persona. Luego vuelve a la iguana, y piensa que podría haber algún punto de contacto con su situación al ver como su aspecto se confunde con el entorno inmediato para pasar desapercibida. De niña solía entrar en grupos de chicas con alguna afinidad a las que se acoplaba adaptándose a su mundo, sin importarle el tener o no algo en común con ellas. “Es el síndrome de los huérfanos”, piensa cuando evalúa esta posibilidad. Es el terror a estar siempre sola lo que motiva esa falta de carácter que indefectiblemente ocasiona que tarde o temprano se desvinculara de esas amigas. La realidad es que a sus veintitrés está sola en su habitación frente a un artefacto que la conecta con su familia virtual.

De pronto, su monitor se vuelve negro y logra ver su rostro reflejado en él, lo que le produce pánico y se voltea a mirar hacia otro lado. Se aleja caminando hacia la cocina evitando cualquier espejo que le devuelva su realidad y le robe su cordura. Toma un vaso de la alacena y abre la heladera de la que saca una jarra con jugo verde espeso y con un pulso ligeramente débil se sirve un poco, a la vez que se sienta en el piso de espaldas a la puerta del refrigerador tras dejar el recipiente sobre la mesada. Ya sentada sostiene el vaso con ambas manos apoyándolas sobre sus rodillas y mirándolo fijamente, como buscando fuerzas para beberlo. Su cara aún está pálida por el susto, pero alza el vaso con la exótica bebida y lo lleva a la boca sin evitar mirar a través de su cabello la pantalla de la computadora, que ahora vuelve a presentar una imagen reconocida de los tantos sitios web que suele frecuentar. Alicia toma coraje y apoyando una de sus manos en el piso se levanta y vuelve a tomar su puesto frente al navegador. Reinicia su viaje recorriendo los lugares cotidianos como para recobrar el valor y trata de evitar cuestionarse, al menos por el momento, qué es lo que le ha pasado pocos días atrás. Decide visitar uno de los foros de intercambio a los que acostumbraba asistir, solo con el objeto de encontrarse con algún amigo imaginario y así sentirse acompañada.

Alicia nunca antes se había atrevido a iniciar una relación real con sus amigos de la web, pero esta vez algo la hizo cambiar de opinión. Ella se siente poco confortable con su nuevo cuerpo, pero piensa que necesita proyectarlo hacia otras personas que no la hayan conocido en su otro estado. Además, ella no suele salir muy a menudo, y desde que se mudó al barrio de Palermo Viejo, solo se saluda con alguno que otro vecino ocasional. Al fin la oportunidad llama a su puerta y Matías, quién ya hacía unos días estaba tratando de convencerla de que se conocieran personalmente, tiene su boleto ganador. A ella le llama la atención que el prefiriera no poner su foto en internet y no insistiese en conocer la suya alegando que las fotografías nunca expresan la realidad, pero lejos de preocuparse por eso, ella se siente estimulada a tener una cita con él, aunque esta sería en un conocido bar de Palermo, donde ninguno de los dos pudiera sentirse presionado.

Es la mañana del viernes y Alicia decide no destinarle tiempo a su trabajo de traductora optando por dedicarse exclusivamente a su arreglo personal en vistas a su cita con Matías de esa tarde. Algo ha pasado en su interior, y aparentemente ya no siente fobia a los espejos y los enfrenta con decisión probándose ropa y zapatos como si el cuerpo que ahora lleva la hubiera acompañado toda su vida. La luz del sol inunda la habitación y los colores de su interminable guardarropa pasan por su esbelta anatomía, cambiándola en innumerables variantes de belleza. Su abundante cabellera rojiza de lo que ayer fue castaña, se posa con gracia sobre sus hombros desnudos al tiempo que su profunda mirada enmarcada por exuberantes pestañas agrede de muerte al pobre e indefenso espejo que esta noche se llamará Matías. La metamorfosis se ha completado, pero esta vez es diferente ya que proviene desde su interior. El gusano de seda cambió su capullo por la radiante mariposa que aletea con gracia las coloridas alas de su vestido rojo realzando su esbeltez en sus pies elevados sobre sus tacos altos. Algo ha despertado su curiosidad. ¿Qué sentiría al salir a la calle con su nuevo cuerpo? Esa calle en la que ha evitado varear su belleza por temor a ser descubierta y que alguna vez sintió indiferente.

La noche cubre el cielo y la imagen de la nueva Alicia es proyectada hacia el interior de la habitación en todas las ventanas a la vez, como si muchas Alicias fueran su público y la admiraran desde la persona que fuera alguna vez en el pasado. Ella se pasea por una pasarela imaginaria que ha constituido a través de las ventanas hasta terminar en el espejo, donde repasa sus labios y sale por fin atravesando la puerta hacia la batalla final.

La luz de mercurio parece dibujar su silueta a través de la espesa arboleda de las veredas de Palermo, como enmascarando su belleza para protegerla de las miradas indiscretas. En la esquina, Alicia ve llegar el ómnibus que la llevará hasta su encuentro con Matías. Sube lentamente por la escalerilla y camina hacia el fondo emulando el desfile de modas que todos los pasajeros disfrutan perplejos, cuyas miradas parecen cinceles dando el toque final a la escultura que ahora ella corporiza en forma altiva, orgullosa criatura de su propia femineidad.

La puerta se abre y su demoníaca figura irrumpe en la burbujeante noche del bar. Alicia lanza los cuchillos de sus ojos hacia uno, dos…tres jóvenes solitarios con rosas rojas en sus mesas y en ese momento, sus tacos se clavan en el suelo petrificando su anatomía de un solo escalofrío. Uno de ellos, se levanta abruptamente y se acerca a ella recorriéndola con la mirada hasta que dice:- “¿Vos debés ser Elvira, no es así?”

Los ojos de ella lo miran directo a la cara, pero su cuerpo aun sigue estremecido y sus labios no pueden esbozar ni una sonrisa…hasta que de pronto pronuncia un tímido -“no”.

El joven baja la rosa que aun tiene en su mano y se va murmurando: - “Maldición”.

Para entonces el joven número dos, se encuentra acompañado por una mujer y el tercero ha desaparecido de la escena, por lo que Alicia decide caminar hacia una de las mesas vacías que hay al lado de una ventana y se sienta recorriendo con su mirada cada recoveco del salón, esperando encontrar a quien pudiera parecerse a su cita, aunque no se imagina como debe ser su fisonomía. Como un acto reflejo echa un vistazo a su reloj de pulsera e inmediatamente lo cubre con su mano derecha, como para contener la ansiedad de volver a mirarlo aunque luego se da cuenta que no prestó atención a la hora y al intentar consultarlo de nuevo, se encuentra con su mano obstruyendo la visual, quitando la vista inmediatamente. Siente que todo el mundo está pendiente de su actitud, por lo que decide no volver a intentarlo. Disimuladamente busca por el salón algún reloj o indicio que le permita saber cuán tarde es para seguir esperando. La tenue luz del bar sumada a los helechos colgantes desde macetones ubicados entre las mesas le impide ver con claridad. La luz de la luna llena que se filtra desde la calle a través de las ventanas es batida por las aspas de los ventiladores de techo, produciendo una danza en claroscuro que atomiza el ambiente complicando aún más su búsqueda. Por fin, detrás de la barra puede ver el ansiado reloj que convierte su ansiedad en preocupación. - “Las nueve y cuarto, significa que ya no vendrá” -pensó mordiéndose el labio inferior-

Alicia no puede disimular su decepción cuando de pronto puede ver al joven numero tres a través de la ventana visiblemente angustiado apoyado contra un farol de alumbrado en la vereda, apretando la rosa con una mano. Ella conmovida pronuncia un escueto: -“¿Matías…?”

El se incorpora rápidamente, y sin ocultar su alegría contesta:” -¡Si! ¿Alicia?” (Mientras trata infructuosamente de arreglar la rosa que destruyo con su mano) Luego resignado le ofrece el tallo sobreviviente y ambos comienzan a reír como si quisieran justificar lo ridículo de la situación. Matías desliza su cuerpo con destreza por el antepecho de la ventana para entrar al bar, y se sienta frente a Alicia.

-“¡Hola de nuevo!” dice Matías.

-“¡Hola!” Contesta ella mientras se acomoda el vestido que aun no siente que responde a las curvas de su cuerpo.

Luego permanecen callados unos instantes mientras se observan mutuamente. Ella con una actitud presumida en tanto que él, la observa modestamente, sin poder disimular sentirse atraído por ella. Alicia rompe el hielo con un: -“No parecías tan Tímido por Internet”.

-“No lo soy, pero en realidad no te imaginaba así, y estaba reorganizando mi frente de ataque”

-¿y cómo me imaginabas?”

-“Parecías mas retraída de lo que te ves ahora, es decir… parece que tu físico no corresponde con cómo te comportabas en la web”

Alicia se queda un poco pensativa, como evaluando si corresponde contarle su incidente en la primera cita hasta que por fin sugiere:-“Tal vez no estés tan equivocado, y yo no sea quien parezco ser”.

Matías la recorre con la mirada como si intentara descubrir algo en ella que no corresponda con lo poco que sabe de ella, lo que motiva que Alicia se sonroje. El nota esto, y busca algo que decir para cambiar de tema y lo primero que le viene a la mente es: -“¿Qué pensarías si te confieso que yo no soy Matías?”.

-“¿Qué decís?” (Dice ella asombrada)

Entonces él se da cuenta que está entrando en un área peligrosa a la que se había prometido no entrar al menos en la primera cita, pero cada palabra que dice lo interna más en ella.

-“En realidad, lo fui hasta hace un año…” –Hace una pausa simulando que busca terminar la frase, pero en realidad lo que intenta es evitarlo, no obstante concluye:- “Luego de un accidente me convertí en otra persona”.

Alicia se inquieta un poco y en su cabeza revolotea una bandada de preguntas que se hace a sí misma. -¿Matías estará hablando en sentido figurado o realmente se convirtió en otra persona? -¿Sabrá acerca de lo que me ha sucedido a mi? Y si así fuera… ¿Cómo lo supo? -¿Habrá leído alguno de los comentarios que hice por chat en forma anónima y descubrió mi identidad?

El nota que Alicia luce asustada por su comentario y trata de suavizarlo con una broma:-“Bueno, no te pongas así, que aun estoy vivo…”

-“Contame del accidente”, le dice ella intentando que no abandone el tema.

-“En realidad, no sé que me sucedió. Solo recuerdo haber despertado en una cama de hospital totalmente entubado y con la cara vendada y una enfermera acomodándome la almohada.”

-“¿Y no recordás nada de tu anterior vida?” -Dice Alicia inquietándose.

-“De hecho solo olvidé todo lo referente al accidente, que nadie supo decirme como fue, pero lo intrigante es que recuerdo todo lo anterior, solo que…” El se detiene abruptamente como si se percatara que no debería seguir hablando de ese tema.

-“¿Qué?” ¡Continúa por favor! (Alicia no logra disimular su interés en este tema en particular).

-“¿Sabes qué?... Tengo entendido que esta noche hay una competencia náutica en el lago de los bosques de Palermo… ¿Qué tal si caminamos un poco y vamos a verla?”… (Dice mirándola directo a los ojos para luego simular que busca a alguien girando la cabeza)…-“Además desde que estamos aquí nadie vino a atendernos”, concluye.

La expresión de ella pasa de ansiedad, por el relato interrumpido, a preocupación por la invitación de alguien que aun no conoce demasiado a caminar de noche por el parque a solas. –“ehm…no sé, tal vez se esté haciendo tarde” dice titubeando.

-“¡Tenés razón!” dice Matías, “me parece que voy muy rápido, tal vez deberíamos dejar la caminata para otro momento”

Ella siente alivio, pero por otro lado, quiere saber qué es lo que estaba diciendo él antes de interrumpir su relato, pues sospecha que le había sucedido lo mismo que a ella misma, por lo que dice:- “ En realidad me gustaría ir a tomar un helado”.

-“OK, acá cerca hay un buen lugar, sobre la avenida”, le responde complaciente y se levanta caballeroso a tomarla de la mano y ayudarla con su silla, para luego llevarla hacia la puerta del bar, desde donde mira al resto de la gente con un gesto triunfador hasta que por fin ambos abandonan el lugar.

Ya en la calle, mientras caminan ella intenta retomar la conversación anterior con la esperanza que él continúe con el relato interrumpido.

-“No terminaste de Contarme lo de tu accidente”

Matías desacelera el paso como buscando en su interior fuerzas para decírselo y por fin lo hace.

-“Te decía que me paso algo muy raro después de ese accidente, puesto que si bien no recordaba como ocurrió, mis recuerdos anteriores no correspondían con mi realidad”

-“No te entiendo” dice Alicia algo excitada.

-“Yo me encontraba en la cama del hospital, con 20 kilos más de lo que siempre pesé, y lo peor lo viví cuando me quitaron las vendas, y descubro que mi cara no se parecía en nada a lo que había sido siempre”.

En este momento, ambos se detienen y se miran fijamente. El estaba expectante de la reacción que tendría ella ante semejante declaración y ella aliviada al saber que no era la única persona que había vivido esa experiencia, aunque prefirió no confesarlo, solo para asegurarse que había entendido bien.

-” ¿No me decís nada...No te parece extraño?” pregunta desilusionado.

-“Es que me resulta familiar, quiero decir que una vez supe de un caso similar”

Matías la mira con desconfianza y luego decide poner las cosas en su verdadera magnitud.

-“¿Si?... ¿Y también estuvo casi un año tratando de recuperar la identidad que se le había robado, junto con su trabajo, su departamento y hasta su vida entera?”.

-“No te comprendo”- dice ella sin mirarlo directamente a la cara.

El comprende su esquiva mirada y tomándola por ambos brazos le dice exaltado:-“¡Vos sabés algo y me lo estás ocultando!”

En este momento Alicia se sienta en un banco ubicado en el borde de la vereda y suelta su respiración, como invitándolo a que se siente a escuchar su historia. El hace lo propio mientras la sirena de una ambulancia que pasa por la avenida hace de preámbulo al relato de Alicia.

-“Ese suceso similar al que hice alusión, me ocurrió a mi”. –Dice entre nerviosa y aliviada, para luego continuar:-“Un día, me levanto en la mañana y descubro que mi cuerpo no es mi cuerpo, y mi cara ya no es la misma de todos los días”

-“¿Así, sin más?... ¿Sin un previo accidente?” –dice Matías intrigado.

-“Exactamente…Simplemente sucedió”.

-“¿Y cuál fue tu reacción, y la de tu familia?”

-“Jamás tuve una familia, y mis amigos siempre fueron ocasionales, porque yo viajaba mucho ya que trabajaba de azafata en Aerolíneas. Hace poco más de un mes, cuando sucedió, tuve un ataque de depresión, y me encerré en mi habitación. Me llamaron del trabajo y no se me ocurrió nada mejor que renunciar porque me dio pánico.”

-“¿De qué vivís ahora?” –Le pregunta Matías.

-“Tengo algo ahorrado, y además conservo un segundo trabajo como traductora para una editorial, que por años he realizado desde una computadora en casa o donde sea que esté”.

-”O sea que nadie te ha visto desde que te ocurrió esto”.

-“Exacto, pero y vos… ¿Cómo pudiste continuar con tu vida sin que alguien lo notara?

-“Lo mío fue terrible. En el hospital, un psiquiatra trato de hacerme entender que padecía de una desviación esquizoide, provocada seguramente por el accidente, que por algún motivo nadie me supo decir cuál fue, y que mi mente había fabricado una vida anterior figurada para llenar los espacios vacios de mi memoria, como una salida emocional que atempere un poco la presión sufrida antes del shock”.

-“Suena razonable, viniendo de un especialista”. (Dice Alicia un poco para consolarlo y otro tanto porque quería creer que tal vez haya alguna razón semejante para ella misma).

-“Al principio llegó a convencerme, pero al salir del hospital decidí hacer mi propia investigación. Fue entonces que acudí a mi anterior trabajo, y consciente de que nadie me reconocería, pretendí ser un cliente del supermercado en el que recordaba haber sido encargado. Lo primero que me llamó la atención, fue comprobar que recordaba la exacta ubicación de todos los productos en sus respectivas dársenas, los nombres de los empleados, e incluso, me escabullí y entré en el área reservada para el personal a verificar si recordaba que había allí, y así fue.”

-“Seguramente un profesional le encontraría alguna explicación a eso”, dijo Alicia deseando no equivocarse.

-“Yo también pensé en eso, pero cuando estaba en el sector depósitos, sucedió algo que me produjo escalofríos. Justo cuando estaba retirándome del área restringida, aparezco yo y me pregunto enérgicamente: - Señor, ¿Usted tiene autorización para estar aquí?... El impacto fue tan fuerte que me quede paralizado y no supe que contestar, así que solo dije: -Perdón, me confundí al entrar- y me aleje rápidamente como si hubiese visto un fantasma”.

-“¿Tuviste la oportunidad de consultarlo con el psiquiatra del hospital?” – Dice ella un tanto decepcionada.

-“En realidad no quise hacerlo, porque estuve un tiempo confundido y siempre pensé que lo que pasa dentro de mi cabeza es algo intimo entre yo y yo y francamente nunca creí que alguien de afuera, por más profesional que parezca debiera inmiscuirse. Pero eso me sirvió para ponerme en forma, porque a partir de ese momento comencé una dieta para bajar los kilos que recibí sin solicitarlos y empecé a tratar de recuperar mi cuerpo como yo lo recordaba, al menos para poder luchar de igual a igual con ese intruso, y ahora que lo logré, es mi intención recuperar mi trabajo, aunque tenga que competir conmigo mismo.”

La conversación se prolonga por varias horas, hasta que Matías acompaña a Alicia a su casa. Ya en la puerta, ella evita toda posibilidad de acercamiento y se despide con un beso seco en la mejilla. Matías se aleja pensativo caminando con las manos en sus bolsillos en tanto que Alicia se queda apoyada de espaldas detrás de la puerta por un momento, con una expresión de satisfacción.

–“Ha sido una noche reveladora”-piensa Alicia. Ahora puede hacer lo que Matías hizo y tratar de retomar su antigua vida volviendo a su viejo trabajo y tal vez enfrentar a su antiguo yo o bien puede acudir a algún analista que dé respuesta a sus más íntimas preguntas.

Por fin se incorpora, se quita el calzado y camina hasta la cómoda, donde se sienta y empieza a sacarse el maquillaje, mirando fijamente al espejo que la admira. Lentamente se desprende los breteles hasta caer el vestido dejando su busto al descubierto. Sacude su abundante cabellera y sonríe al espejo victoriosa.


Hipnosis

“Exuberancia”, Electrografía de Luis Makianich, California, 2009

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Es inútil que me resista, su presencia me vuelve irreversiblemente en trance. Desde el primer día que la vi, mis rodillas jugaron a ser hojas huyendo de su árbol de otoño, temblorosas y esquivas como pollitos recién nacidos escapando de un rayo de sol. Mi boca se secó para atrapar cualquier palabra que intentase huir de ella y mis ojos se tornaron vidriosos, como protegiéndose del calor de su aliento. Hoy su efecto persiste cada vez que entro en su órbita. Mis ideas caminan erráticas por mi cabeza rebotando en mis ojos y oídos por dentro, prisioneras de mi propio pensamiento, carcelero de mis debilidades.

He intentado evadirme de su gravitación en innumerables ocasiones con idéntica cantidad de fracasos, aunque cada revés se tornó en alivio una vez devuelto a su área de influencia. Cierro mis ojos y su escote permanece en mi retina por siempre, con sus planetas a punto de eclipsarse como dos copas de vino rojo estrellándose en un brindis astral, dejando su borla en el fondo y agitando su cuerpo frenéticamente contra el cristal, que muestra orgulloso los secretos de una vida compartida por dos almas que se funden en un solo instante, en un único beso.

Otras veces el sonido de su vestido que frota suavemente su piel, se vuelve mezquino al esconderme los detalles que hubiese querido conocer y que se oculta victorioso en la música de sus aretes que tintinean mis desvelos.

¿Qué otra cosa podría un hombre como yo desear, sabiéndome el que la ostenta y quien la posee? La observo desde el interior de la barra, meneando sutilmente su cadera, con una mano en alto sosteniendo la bandeja, de mesa en mesa, arrojando miradas y sonrisas por doquier, como reconociendo su influjo, y proyectando su aura. Los parroquianos se envuelven en su perfume conforme ella pasa y le devuelven sus ojos entregados a sus dominios, que conforman el territorio inexorable de su imperio. Súbitamente, ella alza su cabeza para mirarme desde su lejanía, sin más pretexto que convidarme a participar de sus pertenencias, pero con la certeza implícita de que soy parte de ellas. Yo le sonrío asintiendo mansamente mientras repaso una copa y la coloco sobre el mostrador, invitando a un feligrés con el vino de mis memorias, que él acepta complacido. Mi mente se disipa en el chorro de la bebida que se vierte en el vaso y por un momento pasan por allí mis momentos de angustia, cuando mis pensamientos logran escaparse de su territorialidad y me ahogo en melancolía. Por primera vez pude ver por mí mismo, sin su influjo conciliador. Mis peores temores toman posesión de la batalla y se concentran en mis manos, que toman otro vaso y se aprestan a servirme, cuando mis ojos se rebelan contra mi insurrección y buscan la ayuda de ella…que aún me sostiene su hipnótica mirada. Por un instante lucho, pero luego bajo la botella apoyándola contra la barra, la que tapo y guardo en la vitrina. En ese momento todo permaneció estático. La gente, el murmullo, hasta el ventilador del techo paró de girar, como si esperasen que algo cambiara en la monotonía de esa tarde de verano. Y algo pasó. Mientras el ruido de la vajilla continúa su acostumbrada melodía, y las voces susurrantes de los comensales se mezclan con el televisor, yo me quito el delantal y lo dejo bajo el mostrador. Sin mirar a nadie me alejo a paso normal hacia la puerta y abandono el local hasta encontrar mi vida.

Ahora vivo en otro pueblo, y frecuentemente escucho comentarios de la gente, que afirma que aún me encuentro detrás de esa barra, con mi mujer, atendiendo a los parroquianos, y tal vez sea cierto…pero ya nunca podré averiguarlo, porque para ello, debería volver.

Flores

“Flores” Electrografía de Luis Makianich, California, 2008

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Al aproximarme a aquella esquina mi pensamiento se inunda de color, reprimiendo toda otra sensación que atempere su efecto afrodisíaco. Cada mañana mi semblante palidece como todo el entorno subyacente para destacar su abrumador colorido. La música en el interior de mi automóvil se congela y una tenue bruma inunda la cabina desenfocando todo aquello que desconcentre mi mirada de su exótica belleza. Aún antes de llegar a verla toda la escena se prepara para su irrupción en ella conmoviendo a los transeúntes que aminoran su paso al acercarse a ese semáforo diariamente, apostando a ser detenidos exactamente antes de empezar el sublime acto. El tiempo se detiene a la señal de alto y sube el telón. No importa cuántas veces haya visto esta función ni cuántas antes me estremeció, cada vez es diferente, no porque ella haya cambiado sino porque cada día me siento distinto. Los automóviles se detienen totalmente conformando el palco y los peatones arrancan su marcha sobre las bandas blancas delineando el foro. Tras bambalinas emergen los malabaristas revoleando sus anillos y estacas de fuego, dando marco a la aparición de su estrella principal, que se acerca a la ventanilla de un auto detenido frente al mío. Allí esta ella, con su falda azul de lunares blancos y blusa asesina inclinándose hacia el conductor y ofreciéndole un ramo de rosas envuelto en rocío. El coro permanece estático por unos instantes que me parecen eternos. Ella apoya sus brazos en el coche y menea la pollera con suaves movimientos de cadera. Mi corazón también permanece callado y una fría gota de transpiración recorre mi mejilla estremeciéndome. Todo es más lento hasta que se detiene. Su cabello hace un leve movimiento hacia atrás y lentamente su cabeza gira clavándome sus ojos hasta herirme de muerte. Se incorpora y orienta su cuerpo hacia mí escondiendo el ramo de flores tras su espalda y se abalanza lentamente como un felino ante su presa. Sus movimientos me hipnotizan y su cuerpo se agiganta a cada paso. Yo me hundo en mi asiento reduciendo mi estatura, como entregándome a su feroz zarpazo. Sus tres últimos pasos son seguro, martillo y percutor para luego…Disparar.

Caí mucho antes de escuchar el ruido, como desmayado y aterrorizado aprieto el botón en mi puerta que baja la ventanilla hasta que su melena se introduce en ella junto con su embriagante perfume y repitiendo el acto anterior apoya sus antebrazos cruzados en mi auto enseñándome el ramo como una afilada y brillante espada, amenazándome con su dulce estocada que asesta en mi antes de hacer contacto. Desenfunda el arma secreta de su sonrisa como haciendo alarde de su fuerza de ataque. Mi corazón late como el motor de un viejo camión guerrero, tan fuerte que no me permite oír sus palabras y en mi desesperación intento contestarle…pero mi voz también resulto inaudible, al menos para mí. Al verme entregado a sus encantos, me ametralla con una incontenible risa y me abandona herido a la gracia de Dios, arrojándome una rosa sobre mis humedecidos pantalones como tiro de gracia.

Quedo tendido sobre mi asiento mientras la veo alejarse victoriosa por el espejo retrovisor en busca de otra víctima, alardeando su aniquilación al grito de:-“Flores…Hermosas y perfumadas flores…”

Figura

"Espectro" Electrografía de Luis Makianich, 1986
Poema publicado en "Figuras de sol" Buenos Aires, 1972


Tú eres la figura que se agarra de mi sombra.

Eres la figura aparente de mi cuerpo,

quien luce mi inteligencia

y goza de mis sentimientos.

Eres la figura que dice ser yo.

El sol te condeno a fingir mi rostro.

Soy sombra cuando todo es sombra.

Tú, figura, no existes.

Nadie.

El Encierro

“Toro de Lidia” Electrografía, Luis Makianich, 2009

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Desde que llegamos a Pamplona, la ansiedad por las fiestas se apoderó de mí transformando mi cuerpo en un barril de fuegos artificiales por estallar. La aglomeración de gente en torno a los vallados de madera y el bullicio expectante desde algunas horas antes de despuntar el día activó la mecha que detonará en una feroz estampida. El sol de julio nos enardece y los mozos guían la manada como pastores desde los corralillos hasta la plaza. Cuando veo a los corredores excitados encausarse en el rio de carne sobre un lecho de adoquines, mi corazón estalla en un repentino galope y mi cuerpo entero decide unírseles. Jamás había participado en semejante contienda y la emoción inunda mis venas en sangre, la que puedo ver tiñendo el suelo, ahora regado de cuerpos en posición fetal. El resto de nosotros aún formamos parte de la avalancha que al llegar a la curva de Mercaderes con Estafeta se desborda exuberante contra las barricadas, alimentando su caudal con algunos observadores, que ya son parte de nuestro inmenso e indivisible cuerpo. La recta final nos lleva a la libertad de la plaza, donde ocho cabestros nos vitorean a los seis toros de San Fermín.

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