jueves, 18 de junio de 2009

El Acecho

“Tigre” Electrografía de Luis Makianich, Buenos Aires, 1986
Safe Creative #0906164029287

No fue hasta que la joven Marcia enviudó que la vereda del parque le parece intimidante. Es desde entonces que evita caminar por ella durante las tardes. Eder, su perro lazarillo no parece inmutarse cuando por alguna razón su ama le indica que debe acompañarla atravesándola, pero debido a su instinto animal, él se mimetiza con su temor y ensancha su lomo brindándole una sensación de seguridad. Su ceguera la acompaña desde que era una niña, pero nunca necesitó un perro porque siempre lo tuvo a Emilio, su fiel amigo que se convirtió en su esposo. El fue sus ojos en la dulce niebla de su juventud y la luz de esperanza durante su madurez. Su voz guiaba su camino cuando se apagó su risa y de pronto todo fue confusión. La bruma turbó su mundo por primera vez cuando su compañero la dejó. Eder sabe que nunca llenará el hueco que habita en su alma y simplemente calla. Ella aún no toma una decisión acerca de su relación con su perro guía, pero en su interior lo considera un intruso, la personificación de su propia impotencia. Ve en él más que una ayuda, una carencia, y lo manifiesta en la acidez del tono de su voz al ordenarle, no como a un fiel amigo sino a un súbdito.

Esta tarde la caminata por el jardín zoológico se prolongó más de lo debido. Los paseos vuelven a Marcia la niña que alguna vez fue y los recuerdos inundan su mente simulando las imágenes que vivió, aunque acrecentadas por su frondosa imaginación y agigantada aún más por los relatos que Emilio alguna vez dibujara para ella. Además hoy es un día tan especial como aterrador. El día que su esposo murió en ese trágico accidente bajo las fauces de un tigre, en este mismo lugar. El porqué aquí y ahora no es fortuito y ella lo sabe. Su necesidad de saber es más poderosa que su temor, y la noche no la asusta, porque ella siempre fue noche. Los sonidos del bosque gritan la luz para Marcia y ahora es ella quien guía a Eder. Lo suelta y se interna entre los espesos árboles. Su perro la sigue con cauta fiereza hasta que un horrendo rugido inunda de luz el monte. El fiel compañero remoja la cabeza entre sus manos agazapando su tembloroso cuerpo pero no retrocede al ver a la audaz mujer caminando altiva hacia la terrible criatura. La fiera la rodea lentamente como estudiando sus movimientos cuando Marcia lleva sus manos a su pecho y comienza a desabotonar su blusa, luego su pollera hasta quedar completamente desnuda. Imagina su propio cuerpo visible a la luz de la luna filtrada entre los sonidos del bosque, desde donde la dulce voz de Emilio la invita a amarse una vez más, sobre un lecho de sangre y carne comulgándose mutuamente en un rito de amor eterno.

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