“Flores” Electrografía de Luis Makianich, California, 2008
Al aproximarme a aquella esquina mi pensamiento se inunda de color, reprimiendo toda otra sensación que atempere su efecto afrodisíaco. Cada mañana mi semblante palidece como todo el entorno subyacente para destacar su abrumador colorido. La música en el interior de mi automóvil se congela y una tenue bruma inunda la cabina desenfocando todo aquello que desconcentre mi mirada de su exótica belleza. Aún antes de llegar a verla toda la escena se prepara para su irrupción en ella conmoviendo a los transeúntes que aminoran su paso al acercarse a ese semáforo diariamente, apostando a ser detenidos exactamente antes de empezar el sublime acto. El tiempo se detiene a la señal de alto y sube el telón. No importa cuántas veces haya visto esta función ni cuántas antes me estremeció, cada vez es diferente, no porque ella haya cambiado sino porque cada día me siento distinto. Los automóviles se detienen totalmente conformando el palco y los peatones arrancan su marcha sobre las bandas blancas delineando el foro. Tras bambalinas emergen los malabaristas revoleando sus anillos y estacas de fuego, dando marco a la aparición de su estrella principal, que se acerca a la ventanilla de un auto detenido frente al mío. Allí esta ella, con su falda azul de lunares blancos y blusa asesina inclinándose hacia el conductor y ofreciéndole un ramo de rosas envuelto en rocío. El coro permanece estático por unos instantes que me parecen eternos. Ella apoya sus brazos en el coche y menea la pollera con suaves movimientos de cadera. Mi corazón también permanece callado y una fría gota de transpiración recorre mi mejilla estremeciéndome. Todo es más lento hasta que se detiene. Su cabello hace un leve movimiento hacia atrás y lentamente su cabeza gira clavándome sus ojos hasta herirme de muerte. Se incorpora y orienta su cuerpo hacia mí escondiendo el ramo de flores tras su espalda y se abalanza lentamente como un felino ante su presa. Sus movimientos me hipnotizan y su cuerpo se agiganta a cada paso. Yo me hundo en mi asiento reduciendo mi estatura, como entregándome a su feroz zarpazo. Sus tres últimos pasos son seguro, martillo y percutor para luego…Disparar.
Caí mucho antes de escuchar el ruido, como desmayado y aterrorizado aprieto el botón en mi puerta que baja la ventanilla hasta que su melena se introduce en ella junto con su embriagante perfume y repitiendo el acto anterior apoya sus antebrazos cruzados en mi auto enseñándome el ramo como una afilada y brillante espada, amenazándome con su dulce estocada que asesta en mi antes de hacer contacto. Desenfunda el arma secreta de su sonrisa como haciendo alarde de su fuerza de ataque. Mi corazón late como el motor de un viejo camión guerrero, tan fuerte que no me permite oír sus palabras y en mi desesperación intento contestarle…pero mi voz también resulto inaudible, al menos para mí. Al verme entregado a sus encantos, me ametralla con una incontenible risa y me abandona herido a la gracia de Dios, arrojándome una rosa sobre mis humedecidos pantalones como tiro de gracia.
Quedo tendido sobre mi asiento mientras la veo alejarse victoriosa por el espejo retrovisor en busca de otra víctima, alardeando su aniquilación al grito de:-“Flores…Hermosas y perfumadas flores…”
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