“La petición” Electrografía de Luis Makianich, California, 2009
La risa de Ofelia no deja resquicios de duda, el sinsabor no tiene cabida en su vida. Sus amistades fueron seleccionadas de la más alta ralea en el mundo del arte y la sofisticación. Frecuentemente se encuentra acompañada por el adonis de turno que es la envidia de sus leales amigas. Su piso en las alturas de Broadway suele ser el centro del universo en lo que a todos ellos se refiere e indefectiblemente cada noche de gloria de la diva culmina en una glamorosa fiesta en su agasajo. Hoy se estrenó “Fausta”, Su último éxito musical y su voz entona el más placentero timbre de su alegría en el cristal de sus copas de burbujas. Su cuerpo se bambolea grácilmente entre un grupo y otro agradeciendo su cálida recepción y desplegando todo su encanto en sedas y marfil, hasta que se deja caer en un sillón, donde la esperan algunos seguidores agazapados a sus pies. Con el correr de las horas y las copas, los invitados se van desvaneciendo y pronto llega el momento en que se despiden de ella los últimos asistentes, que Ofelia acompaña hasta cerrar la puerta. En ese momento, ella siente el mareo producto del vino y un día ajetreado y apoya levemente su cuerpo contra la madera del portal, para luego bajar la intensidad de las luces, quitarse los zapatos y caminar casi a tientas hasta recostarse en un sofá. Toma el control remoto para bajar la música y disminuir un poco la llama de la chimenea cuando algo en él no funciona bien y las llamas lanzan una bocanada de humo imprevista que emerge de los leños sobresaltándola. La música empieza a tocar una esotérica danza de percusión que se intensifica al igual que el fuego. Ofelia mira la flama extasiada por su belleza y se queda pensativa contemplando el chispear de colores que emergen de la hoguera hasta que se corporiza en la figura de un joven con apariencia de sacerdote que camina humildemente hacia la diva. Ofelia no se inmuta ante la aparición tal vez debido al efecto que aún tiene la bebida sobre ella, pero poco a poco sus pupilas se dilatan y su expresión cambia hasta mostrar su asombro, mientras éste pronuncia sus primeras palabras:-“He venido por lo del contrato…” –La mujer, todavía un poco aturdida intenta repreguntar pero de su boca solo salen algunos carraspeos y el hombre continúa diciendo:-“Según los términos de esta carta, con su firma…” (Le extiende la hoja de papel, que contiene unos cuantos símbolos incomprensibles firmados con la estampa de unos labios rojos).
Ella balbucea algunas palabras incoherentes y luego toma conciencia de la situación y se levanta rápidamente increpando al intruso:-“¿Quién es usted, y que hace aquí a estas horas de la noche? ¡Llamaré a seguridad!”
-“Es inútil que se exaspere…y nadie la va a oír, porque este momento es un lapsus de tiempo solo para nosotros dos, el resto del mundo está detenido”- contesta el joven.
Ella se asoma al amplio ventanal y puede observar que la ciudad está muerta. Sus luces de neón detenidas en el tiempo no destellan, los automóviles parados en el medio de la calzada y la poca gente que aún anda por la calle está como congelada en medio de su aparente movimiento. Este estado de ilusión le basta para volver su mirada al religioso y tomar en sus manos el contrato, cuyos símbolos empiezan a moverse fuera del papel animando una misteriosa danza que le ayuda a comprender su significado y los labios estampados cobran vuelo como una mariposa hasta posarse sobre los suyos en un mágico beso carmesí. Ese preciso instante trae a su memoria los términos del acuerdo y cae abatida sobre el sillón, esperando la sentencia que termine con su actual vida. El joven se acerca a ella y la ayuda a quitarse la ropa para luego llevarla en brazos hasta la recámara, acomodarla en su cama y arroparla hasta que Ofelia se queda dormida.
La mañana abre sus puertas al nuevo día y la joven despierta enroscada en las sábanas con la cabellera destripada sobre su decolorada cara, con manchas oscuras de delineador en sus pómulos y la pintura de sus labios dibujada en su rostro. Se incorpora y la cabeza le da vueltas arrastrando toda la habitación en un frenético remolino hasta llegar al baño, que le ofrece volver el estómago en el mismo instante en que el tornado es devorado por el escusado.
Se incorpora hasta el lavabo y se apresta a vislumbrar qué será de su vida asomándose al espejo, que le devuelve su realidad con una cachetada del botiquín que esconde sus pastillas para las jaquecas. Se sirve un trago de agua con el que toma las píldoras en un sacudón de cabeza hacia atrás, que recompone su mirada hasta fijarla nuevamente en el espejo que le devuelve sus ojos desafiantes hasta que una sonrisa define el duelo. Sin dejar de mirarse extiende la mano hacia el grifo que enciende la ducha y lo gira con suficiencia. Toma el cepillo y comienza a amansar su cabello hasta hacerlo suyo nuevamente. Su sonrisa en el espejo nos dice que se apresta a renegociar el contrato y otra vez, su risa no deja resquicios de duda, el sinsabor no tiene cabida en su vida.
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