sábado, 24 de abril de 2010

La Rebelión de los Sitios.- La Salamandra Alquímica

“Park Güell”, Electrografía de Luis Makianich, 2010.

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“La tercera escultura, rodeada por las escalinatas que van del vestíbulo de entrada a la plaza central del parque, puede representar la salamandra alquímica, que simboliza el fuego, aunque también se suele interpretar como un dragón, quizá el mitológico Pitón, del templo de Delfos, debido a la pequeña construcción que se encuentra sobre esta figura, en forma de trípode, en alusión al utilizado por la Pitonisa”.








“La entrada al paraíso…”-Se repetía Aurelia mientras se aventuraba a ascender por la interminable escalinata del Park Güell; la cual, para alguien en su avanzada edad prometía ser una travesía difícil de completar y a la que una mujer como ella no debía rehusar, por la carga que llevaba sobre sus hombros; esa que le produjera su tormentosa vida, cargada de mezquindad y vacía de significados.
El calor la sofocaba y cada escalón que ascendía era una súplica de su pasado que requería una introspección; una queja de su esqueleto que le reprochaba el ajetreo que le produjo durante años de no detenerse a descansar, por su avaricia en los negocios y su tacañería en los afectos.
Aurelia llegó a su vejez en soledad, producto de su afán de sustentar su mundo entre cuatro paredes blindadas, que la han protegido de quienes ambicionaban su fortuna; pero que también la aislaron de quien la deseaba, y debió partir sin cumplir con sus anhelos.
Gervasio solía abrumarla con sus galanteos en su juventud, a los que ella respondía con esquivos coqueteos durante todo el recorrido hasta el monumento al calvario, desde donde podían apreciar la vista de la ciudad; pero al llegar ahí sus visiones eran diferentes. El deseaba compartir sus vidas allí y ella ambicionaba conquistar Barcelona.
Al llegar a la tercera fuente, el dragón pareció cambiar de color, por un rayo de sol que se posó sobre su piel de cerámica y vidrio, que lo destacó del resto del paisaje. Aurelia sintió que la sangre se escurría por sus venas y la coloración de su piel desapareció abruptamente, cuando recordó el tiempo en que Gervasio le hablaba sobre la salamandra alquímica, cada vez que pasaban por la escultura:-“Es capaz de convertir tu vida en oro…”-solía decir, y el recuerdo de sus risas le hizo perder la estabilidad por un momento, cuando debió tomarse de la fuente para estabilizarse mientras el resto del lugar seguía girando aceleradamente hasta que por fin se detuvo. Sin mirar hacia atrás, decidió seguir subiendo algunos escalones más hasta el trípode de la Pitonisa, donde hizo otra parada para hurgar en su futuro, no porque creyera en eso, sino precisamente por carecer de fe; la que había perdido muchos años atrás y suplantado por una infinidad de creencias alternativas. De pronto su mente se vio inundada de recuerdos, con los que ha convivido siempre que ha vuelto a ese lugar, en los que su amado olvidado parecía haberse inmiscuido, y su cuerpo pareció perder peso, a tal punto que subir el resto de la escalera le resultó más ligero, como si hubiera rejuvenecido a la edad de sus recuerdos felices, y Gervasio la esperaba arriba, en el calvario, y su pecho parecía no latir en un instante en que el tiempo se detuvo, porque ahora ambos podrían ver su Barcelona juntos, desde arriba y aunados en un mismo sueño, como si la salamandra hubiera cambiado su vida de oro en algo más etéreo, dejando su cuerpo tendido escaleras abajo… porque solo su alma enamorada puede traspasar las puertas del paraíso.

jueves, 22 de abril de 2010

La Rebelión de los Sitios.-Cíclico Atardecer

“Coliseo Romano”, Electrografía de Luis Makianich, 2010.

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“San Benito José Labre, Patrono de los solteros, los mendigos, de los sin domicilio fijo, de los vagabundos, de los peregrinos, de los itinerantes y de las personas inadaptadas pasó los últimos años de su vida entre los muros del Coliseo, viviendo de la caridad de los fieles, hasta su muerte en 1783”


Se despierta entre las ruinas del Coliseo con la sensación de haber estado ahí por siglos; los harapos que lo cubren reafirman su idea de estar viviendo un tiempo diferente, y aunque sus recuerdos del día anterior fueran tan cercanos, él percibe entre las sombras que lo envuelven describen un espacio diferente al que dejó antes de perder el conocimiento. En su cabeza aún resuenan gritos de espanto entremezclados con vitoreos y rugidos de animales, y en sus bolsillos mantiene un puñado de arena impregnado en sangre. El rojo atardecer le devuelve a sus ojos el centelleo de miles de estrellas atravesando los intersticios en los muros hasta que la noche reconstruye en su mente todo el esplendor de los primeros siglos de vida del gran circo, cuando el mármol enarbolaba su gloria como ícono de la Roma Imperial.

Benito se incorpora ante su imaginario espectáculo y recorre la Galería Toscana hasta las escaleras que lo izarán a la Jónica, la Corintia y la Compuesta, desde donde contemplará la arena, que ahora cubre por completo los túneles subterráneos del hipogeo. A cada paso, una pieza de mármol travertino recompone su historia sobre los ladrillos desnudos de su actual destrucción, invitándolo a seguir observando tamaño ensamblaje del pasado, que solo él puede ver, en su atormentada existencia eterna. Repentinamente el cielo se oculta al desplegarse las inmensas velas que cubren el graderío, mediante cuerdas y poleas accionadas por el fantasmal destacamento de marineros de la flota romana, que son testigos de su meteórica y monumental reconstrucción, hasta que apuntalado por su titánico esfuerzo mental, yergue su integridad para su propia apreciación. Como en un acto religioso inicia un viacrucis entre las piedras que soportan las graderías, auscultando sus quejidos del mármol sin argamasa, para descubrir los sueños irrealizados que quienes sangraron su martirio en aquellos tiempos, cuando fueron ejecutados en los noxii, o los que han caído en las munera junto a otros luchadores; pero el travertino se resiste a repetir su historia y a su paso las piezas vuelven a desensamblarse desapareciendo ante su vista, para convertirse en partes de algún otro edificio de Roma, como simples ornamentos o convertidas en cal viva, alimentando la llaga de una ciudad dormida sobre los cuerpos de sus gladiadores.

Benito retorna a la arena cuando el día hace desaparecer su sueño y le muestra la cara actual del coloso, desnudo de las heridas del pueblo que supo conquistar el mundo, pero erguido como a un monumento a su propia destrucción; se recuesta sobre sus harapos y espera un nuevo atardecer para saborear su historia, hoy dormida en los cimientos de la nueva Roma, construida con arena y sangre… la que algún día empezará a circular las arterias de un nuevo imperio latente.


martes, 20 de abril de 2010

La Rebelión de los Sitios.- Fachada Mecánica.

"Piccadilly Circus" Electrografia de Luis Makianich, 2010

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La noche baja su capa negra sobre el distrito de Westminster, y como en un acto de magia las luces revierten la vida en un tono nuevo, más audaz y efervescente, haciendo de Piccadilly Circus un torbellino de sensaciones glamorosas entretejidas con el bullicio de una ciudad latente que descubre una cara diferente entre un tiempo y otro. Como si en cada pestañeo se fragmentara la película de su historia, las luces de neón y las pantallas de video conmemoran su evolución, convirtiendo sus fachadas en cáscaras que albergan en su interior el fluido lumínico causante de su metamorfosis. En un sector de la plaza, la fuente memorial al Monumento de Shaftesbury, engarza su ángel desnudo en vuelo, a Eros como un ícono de su actual sexualidad, apuntando con su arco y flecha a cada transeúnte desprevenido en su ingenuidad e invocándolo a ser partícipe de su desenfrenada cacería amorosa, como la indefensa presa, o el cazador furtivo. Cada uno de ellos realiza sus movimientos como un autómata, sin establecer contacto con su oponente. Siguiendo un recorrido preestablecido a un ritmo monótono y controlado por el centelleo del neón, los vehículos que atraviesan las calles, les ceden el paso sistemáticamente cuando ellos se aventuran a interrumpir su recorrido, como parte de un mismo programa, establecido para perdurar eternamente.
Susana es una de ellos, y aunque no pertenece aquí, se ha adaptado a ese orden convirtiéndose en una pieza más de la maquinaria, desplazando su cuerpo por sus veredas entre los del resto de la gente, que como engranajes se aproximan entre sí sin tocarse, ni siquiera con la mirada, como aceptando su convivencia sin cuestionarse su función allí. Súbitamente, la figura de un joven londinense en su aspecto, interrumpe su paso a la salida de la boca del metro; curiosamente su vista se cruza con sus ojos y éste hace un sutil galanteo con la cabeza, que desbarata la monótona interrelación corporal entre la gente, que ahora para ella luce como un repentino “romper las filas”; sólo ellos dos en medio de la nada, iluminados por la tenue luz de un único farol, albergados por un circo de fachadas majestuosas que cobran vida ante ambos para predecir lo que seguramente sucederá. Susana responde a su silencio con un desubicado dejar caer su bolso, el que el joven levanta como en un acto reflejo y lo devuelve a su dueña con una expresión de ingenuo desconcierto y ella lo toma junto con su brazo, que queda atrapado con el suyo, justo antes de comenzar a andar nuevamente… a su lado, con sus sonrisas desentonando un poco entre la masa de gente que lentamente empieza a mover el engranaje hasta que la maquinaria citadina restablece su orden habitual. Las fachadas recobran su intermitente latido lumínico y en el centro de la fuente de bronce, Eros toma otra flecha de su funda.

lunes, 19 de abril de 2010

La Rebelión de los Sitios.-El Encierro

“Toro de Lidia” Electrografía, Luis Makianich, 2009

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Desde que llegamos a Pamplona, la ansiedad por las fiestas se apoderó de mí transformando mi cuerpo en un barril de fuegos artificiales por estallar. La aglomeración de gente en torno a los vallados de madera y el bullicio expectante desde algunas horas antes de despuntar el día activó la mecha que detonará en una feroz estampida. El sol de julio nos enardece y los mozos guían la manada como pastores desde los corralillos hasta la plaza. Cuando veo a los corredores excitados encausarse en el rio de carne sobre un lecho de adoquines, mi corazón estalla en un repentino galope y mi cuerpo entero decide unírseles. Jamás había participado en semejante contienda y la emoción inunda mis venas en sangre, la que puedo ver tiñendo el suelo, ahora regado de cuerpos en posición fetal. El resto de nosotros aún formamos parte de la avalancha que al llegar a la curva de Mercaderes con Estafeta se desborda exuberante contra las barricadas, alimentando su caudal con algunos observadores, que ya son parte de nuestro inmenso e indivisible cuerpo. La recta final nos lleva a la libertad de la plaza, donde ocho cabestros nos vitorean a los seis toros de San Fermín.

sábado, 17 de abril de 2010

La Rebelión de los Sitios.- El Portal.


“Templo Olímpico de Zeus”, Electrografía de Luis Makianich, 2010.
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En Grecia, la organización YSEE (Ύπατο Συμβούλιο των Ελλήνων Εθνικών, Consejo Supremo de Griegos Gentiles) se refiere al “Neo paganismo Helénico” como: “Religión Nacional Griega”, lo que ha provocado ciertas controversias con la Iglesia Ortodoxa Griega, las que han sido subsanadas en un juicio llevado a cabo en el año 2006, donde la Corte Suprema falló a favor de los primeros, determinando que el Paganismo Helénico dejaría de ser una religión prohibida.




Una nube espesa baja hasta el templo de Zeus, llenando los vacíos que emergen entre sus columnas corintias, como invocando a la divinidad a bajar a la tierra. Filipo observa el acontecimiento con cierta admiración hasta que la masa se confunde con el espacio intercolumnio en un diálogo entre la materia y la nada, entre la verdad y su opuesto, lo irreal. En medio de ese plano inhóspito, se abre una raja oscura desde dos de sus capiteles hasta el suelo invitándolo a entrar…o tal vez salir. Filipo siente que un gran vacío se produce entre el portal y su cuerpo succionándolo hasta que su proximidad se vuelve irresistible, un poco por masa y otro poco por falencia de ella, produciéndose el encantamiento que le impide razonar y lo obliga a someterse a su voluntad. Casi sin notarlo se encuentra bajo el mágico trilito y la visión de la negra inmensidad lo perturba hasta que intenta evitar el obvio desenlace, coqueteando entre las columnas que yerguen su esbeltez inmaculada sobre el suelo, atadas a lo terrenal y elevando su espíritu hacia el cielo, que le anuncia en cada triglifo un mensaje incierto. Su cabeza se encuentra aturdida por su dinamismo y por un momento, el deseo de conocer se apodera de su mente hasta que la mano de una joven mujer lo toma del brazo para detenerlo y le dice:
-“¿Te encuentras bien?”
-Filipo, aún mareado gira hacia ella para mirarla aunque con la vista todavía perdida en esa atrapante oscuridad y retardando su reacción le dice: -“¿Disculpa…?”
La joven le responde un poco confundida:-“Me pareció que te ibas a desvanecer…seguramente por el calor”
Filipo, al ver la hermosa apariencia de la joven, decide olvidar su anterior trance y se presenta extendiéndole su mano:- “¿Y tú eres…?”
-“Olympia…”-aceptando estrecharla suavemente y esperando por su nombre. El siente que falta algo en el diálogo y repentinamente reacciona diciendo:-“Zeus…”-Mientras Olympia lo mira incrédula hasta que una sonrisa picaresca le confirma que es una broma…
-”Filipo…es mi nombre, Zeus es quien mora éste lugar”-Confiesa mientras gira nuevamente la cabeza hacia el Templo Olímpico, comprobando que las nubes se han ido y este cobra nuevamente su forma tridimensional de origen.
La joven pareja se queda conversando el resto de la tarde sin ocultar su entusiasmo, sentados en la base del templo como si se hubiesen conocido desde siempre, sin prestarle atención a los turistas que asedian el lugar con sus cámaras fotográficas y por un instante se ven a sí mismos como dos personajes de la antigua Grecia, envueltos en su arquitectura e inspirando sus palabras en ancestrales situaciones, que difícilmente pudieron haber sido vividas por ellos, cuando el sol evapora al resto de la gente mientras se oculta en el horizonte, y aquella nube vuelve por sus almas convirtiéndolas en parte del paisaje, que de nuevo se funde con la volumetría del templo ahora manifiesto en un único plano donde llenos y vacíos conviven en el mismo espacio, y la brecha oscura emerge de entre las piedras convocándolos a ambos a traspasar el portal, entrando o saliendo de un mundo al otro, a desvanecerse junto a la noche.
El rito sagrado vuelve a repetirse a través de los tiempos…solo cambian los nombres o los personajes, pero el juego es el mismo…uno que nunca aburre a las divinidades en su eterna permanencia.

domingo, 4 de abril de 2010

La Rebelión de los Sitios.- Funeral del Laberinto

"Venecia" Pintura Digital de Luis Makianich, 2010

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Marco decide separarse del grupo ni bien arriban a “Piazza San Marco”, con el simple propósito de saborear a solas el legado de su padre, fallecido recientemente y que ahora comparte desde Buenos Aires la iniciativa de su hijo de reposar sus restos en las aguas de la Venecia que lo vio nacer. Piensa que ese funeral debe ser algo íntimo y los amigos que lo acompañan nada tienen que hacer ahí, cuando sus cenizas se esparzan en el “Gran Canal”. La primavera no es buen tiempo para visitar la ciudad, debido a las frecuentes lluvias que mantienen la plaza inundada durante las mareas altas que se producen dos veces al día durante esa temporada; sin embargo, el paisaje cobra una atmósfera especial, que se produce cuando la Basílica es reflejada en la plaza líquida creando una dualidad visual en la que el cielo baja a besar la tierra como un símbolo de enamoramiento Divino; otras veces, durante la fiesta de las flores, ella se encuentra tapizada de capullos multicolores simulando ese reflejo, invocando al cielo y coqueteando su belleza en todo su esplendor.
Marco hace caso omiso a todas esas pancartas turísticas y se concentra en la misión que ha venido a realizar, llevando consigo la urna que contiene el deseo oculto de su padre, y que solo él pudo descifrar, a través de tantas frases nostálgicas que le oyó murmurar durante su vida en La Boca. Una última mirada al “Ponte dei Sospiri”, le da el impulso para recorrer a pie las calles de la Venecia oculta, atravesando puentes sobre las rajas de agua, con la lluvia fina que se confunde con la emoción en sus mejillas. El cielo plomizo le sirve de abrigo a las paredes descarnadas de revoque y moho, mientras el sonido en el aire se cierra en un silencio extraño, de ciudad sin máquinas y gaviotas aturdidas en su propia desorientación. Un ocasional cántico de un gondolero se escucha rebotar en los muros al llegar a la esquina, que como un fantasma alerta de su llegada hasta que el sonido dobla y desaparece en su mágica ruta, provocando un leve oleaje que arremete contra las puertas humedecidas de las casas, hasta que una de ellas, de herrería forjada le permite el paso y el agua se manifiesta como una sinfonía entre los cántaros y fuentes que le dan cobijo. Una humeante ventana vaporiza un aroma a especias en su salsa pomodoro, que le recuerda la pasta de los domingos en el patio de su casa, con la familia unida por el mantel de fiesta. En la esquina, una pequeña plaza expande la encrucijada de varios callejones, donde el portal de una iglesia ejerce su estampa y Marco alza la vista para apreciar el cielo, que en esos rumbos escasea, sentándose en los escalones del atrio, para recobrar fuerzas. Desde allí escoge entre las cinco esquinas la ruta de su personal procesión, que lo llevase al recóndito lugar en el que su padre debiera descansar; el aún no lo conoce, pero un sexto sentido le augura que cuando llegue lo reconocerá de inmediato, es por eso que su familia en Buenos Aires le asignó este encargo, para que encuentre el lugar en que su amado padre sería feliz por siempre. Súbitamente el firmamento se abrió en las nubes y la oscura noche los encontró en la espera hasta que una estrella fugaz le indicó el camino, y con entusiasmo recomenzó la marcha por una de esas callejas, con altos muros desnudos y la nada por techo, configurando un túnel hacia alguna otra plaza, con otrora encrucijada. Su rostro se ilumina con una luz en medio del callejón, que se angosta a cada paso, o quizás se alarga. El disminuye el ritmo de sus pasos como presagiando un incierto evento y puede escuchar un leve martilleo rebotando en las paredes, atenuando la luz en pausadas e irregulares pulsaciones que lo llevan a pautar sus pasos conforme se acerca. El sonido burbujeante del agua se suma al ritmo y el golpeteo de su corazón se asocia por simpatía a semejante obertura. Su respiración se entrecorta y por fin, el destello parece emerger de un vano en el muro que lo atrae como magnetizando su cuerpo, y ya no se puede detener hasta que atraviesa el umbral; en el interior, una plataforma hexagonal de enrejado metálico cercada por sendos paños vidriados conforman el acceso a un local de ventas, en varios niveles con muebles y cuadros contemporáneos, situados en diversas bandejas dispuestas sobre estanques artificiales y una cascada que los envuelve a modo de escaparate típico de los negocios de un centro comercial. Marco siente que toda la ciudad es una gran cáscara medieval envolviendo una gran maquinaria cibernética, como un androide con piel humana y se pregunta qué efecto haría ese descubrimiento en los deseos ocultos de su padre por volver a sus raíces. Horrorizado da unos pasos atrás y decide volver a casa, llevando sus cenizas con él a acompañar a su familia en la cabecera del mantel de fiestas, por todos los próximos domingos.


viernes, 2 de abril de 2010

La Rebelión de los Sitios.- La Pirámide.

“Museo del Louvre”, Manipulación fotográfica de Luis Makianich, 2010.

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Gertrudis recuerda cada instante de sus visitas al Museo del Louvre como si fueran hoy. Si bien sus años de juventud han quedado atrás, ella presiente que ellos volverán ni bien su cuerpo atraviese su majestuoso pórtico y su andar será grácil como en aquellos años, flotando entre Da Vinci y Caravaccio, desde “El David” hasta “La Victoria Alada”, de tal modo que hasta se atrevería a seguir el recorrido largo, guiándose con su bastón sobre la extensa línea roja, como si esta fuese una vía eléctrica que la proveyese de la energía necesaria para lograrlo.
Cuando emigró a América, sus recuerdos permanecieron dormidos esperando por ella todos estos años en el interior de su alma, y aunque su cuerpo se fue desgastando, su espíritu se mantuvo intacto como si el tiempo no hubiera pasado para él; y ahora que ella ha vuelto, parece despertar de ese letargo oliendo ese aroma añejo de los vinos franceses, que se encuentra impregnado en las paredes de la ciudad parisina.
Sus ojos no dan crédito a lo que ven, cuando una nave extraterrestre acristalada de forma piramidal parece emerger a la superficie exactamente en medio de la plaza de accesos del Louvre, cuando su alma se desploma y parece no volver a despertar, dejando a su cuerpo ahí parado, como una autómata que se desplaza hacia ella llevada por la multitud, casi sin mover sus piernas y sin necesidad de utilizar su bastón. Aquella inmensa maquinaria parece deglutirse a la gente que simplemente se somete a ser engullida como pasta de espagueti, y Gertrudis voltea a ambos lados mirándolos impávida, sin poder escapar de su abominable succión hasta que una inmensa boca de escaleras mecánicas los deglute íntegramente hacia su estómago subterráneo. Desde ahí comienza su recorrido siguiendo las líneas de colores, que como los intestinos de esa inmensa maquinaria la conducen a cada una de sus salas. Ahora sus recuerdos son vagos y no importa la pintura que esté viendo, la magia ha desaparecido y por un momento, siente que todas son vanas reproducciones de los originales que alguna vez tuvo el placer de conocer. Ella mira a su alrededor y no logra identificar a ningún humano, solo ve cuerpos desplazándose entre las galerías con guías turísticos encabezando sus manadas, y leyendo instrucciones para interpretar las obras colgadas en las paredes del museo, como si fuera necesario un instructivo para poder disfrutarlas. Ella se ve a sí misma como uno más de esos borregos, esperando ser llevados al matadero intelectual, donde sus partes serán servidas a la mesa de esta nueva sociedad mecanizada, hambrienta de arte y sedienta de historia, en un restaurante de pintura rápida.
Gertrudis abre los ojos y se encuentra aún en el suelo frente a la gran pirámide, que empieza a girar como la punta de una broca hasta hundirse nuevamente en la tierra, liberando la plaza del Louvre de su maléfico encantamiento, y su alma parece volver en sí, como despertando de un mal sueño, aunque ya no se encuentra en el cuerpo de ella, porque ya no le pertenece, y ambas deciden entrar al museo como ellas lo recuerdan, en todo su esplendor al abrirse el portal divino, que las espera con su arte, en su recorrido eterno.


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