"Piccadilly Circus" Electrografia de Luis Makianich, 2010
La noche baja su capa negra sobre el distrito de Westminster, y como en un acto de magia las luces revierten la vida en un tono nuevo, más audaz y efervescente, haciendo de Piccadilly Circus un torbellino de sensaciones glamorosas entretejidas con el bullicio de una ciudad latente que descubre una cara diferente entre un tiempo y otro. Como si en cada pestañeo se fragmentara la película de su historia, las luces de neón y las pantallas de video conmemoran su evolución, convirtiendo sus fachadas en cáscaras que albergan en su interior el fluido lumínico causante de su metamorfosis. En un sector de la plaza, la fuente memorial al Monumento de Shaftesbury, engarza su ángel desnudo en vuelo, a Eros como un ícono de su actual sexualidad, apuntando con su arco y flecha a cada transeúnte desprevenido en su ingenuidad e invocándolo a ser partícipe de su desenfrenada cacería amorosa, como la indefensa presa, o el cazador furtivo. Cada uno de ellos realiza sus movimientos como un autómata, sin establecer contacto con su oponente. Siguiendo un recorrido preestablecido a un ritmo monótono y controlado por el centelleo del neón, los vehículos que atraviesan las calles, les ceden el paso sistemáticamente cuando ellos se aventuran a interrumpir su recorrido, como parte de un mismo programa, establecido para perdurar eternamente.
Susana es una de ellos, y aunque no pertenece aquí, se ha adaptado a ese orden convirtiéndose en una pieza más de la maquinaria, desplazando su cuerpo por sus veredas entre los del resto de la gente, que como engranajes se aproximan entre sí sin tocarse, ni siquiera con la mirada, como aceptando su convivencia sin cuestionarse su función allí. Súbitamente, la figura de un joven londinense en su aspecto, interrumpe su paso a la salida de la boca del metro; curiosamente su vista se cruza con sus ojos y éste hace un sutil galanteo con la cabeza, que desbarata la monótona interrelación corporal entre la gente, que ahora para ella luce como un repentino “romper las filas”; sólo ellos dos en medio de la nada, iluminados por la tenue luz de un único farol, albergados por un circo de fachadas majestuosas que cobran vida ante ambos para predecir lo que seguramente sucederá. Susana responde a su silencio con un desubicado dejar caer su bolso, el que el joven levanta como en un acto reflejo y lo devuelve a su dueña con una expresión de ingenuo desconcierto y ella lo toma junto con su brazo, que queda atrapado con el suyo, justo antes de comenzar a andar nuevamente… a su lado, con sus sonrisas desentonando un poco entre la masa de gente que lentamente empieza a mover el engranaje hasta que la maquinaria citadina restablece su orden habitual. Las fachadas recobran su intermitente latido lumínico y en el centro de la fuente de bronce, Eros toma otra flecha de su funda.
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