“Fragata Invisible” Electrografía de Luis Makianich, 2009.
Jonás, como muchos otros, lleva un barco en su interior. El viento resopla en su mente y su musa despierta ante semejante impulso, desplegando sus velas hacia un mundo nuevo de colores y formas que transmite a sus manos como los hilos en una marioneta.
Su sangre entra en ebullición como las calderas del navío que con rumbo incierto zarpa de su letargo, que abandonado en la orilla vigila su paso por esta nueva aventura. El clima constante le augura un arribo a algún puerto lejano incitándolo a moverse con desmesurado empuje, hasta que su estimulación amaina en el altamar de su inspiración, desinflando sus ansias y aminorando su marcha; provocando la calma en su tormentosa agonía, inerte de ingenio sin un soplo de poesía. Su pintura está quieta, en su mente y su tela, pero su corazón aún late con un tono profundo y un ritmo salvaje encerrado en su pecho. La mirada perdida en los lienzos del cuarto buscando alguna brisa de su imaginación perdida entre las telas colgadas, como velas de un barco varado en las aguas de su intuición tardía, improvisa un bosquejo que desate la furia del ciclón en la popa, como un soplo de suerte que despierte a la muerte.
Jonás siente el murmullo de una nueva marea que le canta al oído su sonata divina y su cuerpo despierta con un nuevo aire fresco pincelando su vida con la fuerza del viento. Los colores sonríen y las formas lo aturden en un vendaval de ideas desafiándolo a pelear con su pincel como espada y su visión como daga, en la gloriosa batalla de su pintura acabada.
Su navío llega a puerto, satisfecho de carga y en cuanto pisa tierra él se encuentra perdido en un mundo extranjero y sin descanso su anhelo está esperando a lo lejos, invitándolo a hacerse a la mar de nuevo, sin importar el rumbo como tampoco el destino, porque si el viento resopla su vida tendrá un objetivo.
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