domingo, 23 de mayo de 2010

La Rebelión de los Sitios.-El Puente


“Ponte Vecchio”, Electrografía de Luis Makianich, 2010.
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Llegar a la Piazza della Signoría significa mucho para mí, que siempre me sentí atraído por el arte del renacimiento, como si parte de mi ser estuviera esperando el momento de emerger de ese mundo oculto de mis incertidumbres, para liberar el deseo de mis ancestros, que pusieron en mis genes la semilla de su desasosiego. Mi ansiedad me obliga a dirigirme directamente a la Galería degli Uffizi, donde se encuentra gran parte de la obra de Filippino Lippi, según mi padre, un antepasado de nuestra familia que no debo pasar por alto. Si bien el lazo familiar no me hace perder el sueño, conocer la obra de Miguel Ángel, Leonardo, Botticelli, y tantos otros en un mismo sitio me ha puesto en un estado de efervescencia, el que no dejo de sentir desde que atravesé el puente sobre el Arno. El aire se encuentra impregnado de un aura especial desde que aquella inundación anegó los principales museos, y parece que aún flotan en él las ánimas de los principales artistas de Florencia; sin embargo, al entrar al edificio, ese mismo aire me dirige directamente hacia el retrato de mi antepasado que me atrapa con su mirada desde que nuestros ojos hacen contacto. Siento como un rayo que se introduce hasta mi alma y la divide en dos, cuando un forcejeo entre ellas desata la batalla por gobernar mi cuerpo y las pupilas del retrato en la pared parecen electrizarse cuando sus labios rompen el sello en una enigmática sonrisa, ostentando el cetro de haber ganado la cruzada. Mi cuerpo parece no responder a mis órdenes, aunque empieza a desplazarse mecánicamente por el centro de la galería, mirando a uno y otro lado del pasillo, como saludando a sus viejos colegas, con la satisfacción en el rostro de ser nuevamente alguien, en tanto cada obra colgada en la pared hace su reverencia hacia él, vitoreándolo y mostrando su alegría en un ámbito que hasta recién fuese como un templo a la estanqueidad de nuestras emociones. Un temblor parece sacudir las salas donde las esculturas de Leonardo, Giotto y Donatello empiezan a sumarse a esta danza esotérica clamando por su libertad de espíritu, que el propio Dante incluyera en sus escrituras, sellando el pacto infernal de todos los asistentes al museo con las obras que admiran, hasta que sus cuerpos se entremezclan como zombis con las ánimas flotantes de esa magnífica aura.
La luminosidad parece fatigarse y nuestros cuerpos agotan sus energías hasta que el portal del edificio nos convoca a abandonar el templo, con nuestras almas divididas, conscientes de que nuestras vidas serán diferentes a partir de este mágico evento, y nuestra visión tomará una nueva dimensión, signada por nuestras almas gemelas, que vivirán su mundo paralelo al nuestro, y al atravesar el Ponte Vecchio, abrirán la ventana de nuestros ojos al mundo que nunca antes habíamos visto.


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