“Horror intrínseco” Electrografía de Luis Makianich, 2009.
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Ni bien la vi ella me atrapó. Todavía tengo presente su mirada clavada en mí, como si intentara conocer mi interior de un golpe de vista, uno que asestó al primer intento y a partir de ese instante quedé como adormecido y ausente de voluntad.
Mis ojos recorrieron su cuerpo a la vanguardia, inspeccionando cada sector del campo de batalla, aunque consciente de que sería una contienda perdida desde el inicio. La obscuridad era su aliado y me aturdía la ausencia de sonido, esa música que existe en mi interior advirtiéndome…un mal augurio…presagio de la nada.
Ella se abalanzó sobre mí con lentos y precisos movimientos de su cadera, bajando la cabeza e izando su penetrante mirada que se protege con sus cejas como escudo, desplegando sus brazos como fuerza de ataque hasta albergar todo mi cuerpo que se encogió ajustándose a su ofensiva, evocando con una plegaria su piedad. Todo mi ser sucumbió al primer contacto con la tersa textura de su piel, cuando sus piernas y sus brazos rodearon todo mi sometido cuerpo ante su majestuosa plenitud. Como un intento desesperado de responder a su ofensiva le clavé mi lanza penetrando su bajo vientre sin indulgencia. Ella respondió a mi bélica acción introduciendo el húmedo puñal de su boca en la mía, apretándome con sus labios y sofocando mi escaramuza de inmediato. Estuvimos conectados por nuestras bocas y nuestros vientres hasta que una brecha se abrió en su pecho y su abdomen vinculándolos, y sentí cómo ésta se abría y me tragaba convirtiéndome en parte de su contextura; sentí el significado de estar dentro de ella con una profunda placidez hasta que sucumbí al deseo de pertenecerle por siempre.
A partir de allí ya no hubo futuro para mi, y mi pasado ha desaparecido por lo que sólo me queda un presente constante, y desaventurado. Ahora mi identidad ha sido fagocitada y ya no me pertenezco, aunque existo dentro de otro ser.
Desde que conocí a mi mujer, solo veo a través de sus ojos y siento lo que ella desea.
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