domingo, 19 de julio de 2009

Navegante

“El barco en el bosque” Electrografía de Luis Makianich, 2009.

Safe Creative #0907194142038

En las noches, cuando los sueños se ven como realidad, el barco siente el poder del viento insuflando sus velas; las olas de ensueño acarician su casco como una amante nocturna emulando las sábanas que copian sus cuerpos en excitante movimiento y confundiéndose con su espesa arboleda donde debiera haber agua. El siente su cuerpo flotar entre ramas flameándose al viento en la tormenta verde de sus pesadillas, que reprochan la suerte de ser un árbol estanco en lugar del navío que su imaginación balancea, navegando las copas de su frondosas velas que aturden el canto de su melancólico viaje, cuando el amanecer le implora que deje libre a su sueño, porque el día lo busca y ahora es de nuevo su dueño. Sus raíces lo atraparon desde que era pequeño, y lo tienen prisionero en su estoico archipiélago, permaneciendo inmutable por siempre a la orilla del rio que lo seduce y se jacta de ser escurridizo mientras él está quieto con su tronco clavado en la tierra, que lo atrapó desde el día en que emergió a esta vida. El cielo lo llama durante la mañana a crecer en lo alto de su copa y mientras sus ramas se aferran a la ilusión del navío flameando como velas su casco encallado les dice con amarga tristeza que ese viaje no es dulce, ni tampoco cierto. El atardecer le ofrece una alucinación temprana, amotinándose a Febo que anuncia oscurecer el bosque, para que pueda emprender el viaje que cada noche comienza con la puesta del sol, hasta hoy su carcelero. La oscuridad se acopla al motín a bordo y comienza la rebelión de siempre que provoca la lucha entre la raíz y su tronco, por liberar el espíritu que lo consagró navegante en las aguas ficticias convertidas de ramas como frondosas olas azotadas por el viento. Pero esta vez él supo que fue solo un sueño y consciente de esto se abandonó a su suerte, dejándose morir por dentro hasta el ocaso; desatendiendo su imaginería ambiciosa y conformándose por siempre con su quieta realidad, olvidando sus ansias de viajar por el mundo que desde siempre le fue negado.

La providencia se apiadó de su alma y desató una tormenta que arrebató la calma de la noche y un inesperado rayo cortó las ataduras entre su raíz y el casco, que cayó al rio como un grito liberado, ahogando su sed de vida en una muerte dulce, navegando orgulloso hasta el nuevo día.

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